Sin más, aquí les dejo el relato y la correspondiente imagen. Espero que sirva para que alguno recuerde los buenos días de la universidad:
Recorrido y Percepción
¡Por fin conseguí un lugar para estacionar! Estar cinco minutos dando vueltas en el estacionamiento no resulta muy agradable, especialmente si ya estoy retrasado para la clase de Crítica (“Módulo 1, pero ¿en qué salón?”). Apago el reproductor, apago el aire, apago el carro… Apago toda una atmósfera de bienestar en el momento en que abro la puerta y me sumerjo en una sabana de concreto de extensiones aparentemente infinitas: el estacionamiento de la URU … “¿Por qué nunca consigo puestos cerca de la entrada?”
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Camino resignado hacia la cajita de fósforos mientras voy viendo uno a uno los carros, alguna que otra moto, la gente que está llegando o que ya se va. “Mejor me apuro…” Pero sé que no pienso eso porque intente ser puntual, sino que el sol marabino de las 2:06 p.m. ya me está abrasando la nuca, y sé que con entrar a la cajita de fósforos la sensación pasará. Sigo pensando en el número del salón.
Finalmente llego, saludo al vigilante e ingreso la clave en los torniquetes. “Tengo que pagar la cuota de este mes”, pienso. Por suerte el plazo no se ha terminado y la máquina me deja pasar con tranquilidad. Entonces salgo de la cajita y comienza el bombardeo.
“¡Chama, supiste lo del…!” por aquí. “No, mar---, tuve que dejar a la cuaima…” por allá. “¿Hiciste el informe?” un poco hacia la izquierda. “¿Pa qué? Si eso es pura paja…” es la respuesta. Mucho colorido de cabellos rubios, morenos, catires-a-juro, pelirrojos; ropa amarilla, verde, naranja, azul. Sonrisas a lado y lado, y un olor fuerte que es la mezcla de muchos perfumes, algunos caros, otros de precio razonable. Los apagados acordes de una canción que está de moda… Todo eso a 15 kph mientras me muevo por El Pasillo (así con mayúsculas, pues es el único).
En un momento determinado giro a la derecha y luego a la izquierda, no sin antes haber saludado al pana del gorrito raro cuyo nombre nunca he sabido. Llego entonces al Módulo 1. “¡Qué feo huele aquí dentro! ¿Por qué siempre olerá así?”. Subo las escaleras tratando de recordar el bendito número del salón, pero no me viene a la memoria. Al final termino utilizando la referencia de siempre: “Al fondo a la izquierda”. Me acerco a la puerta y me fijo en el cartelito puesto a un lado: M1 1-4. “¡Ah, sí! Así es”… Ya llegué.
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